Alfredo Gutiérrez le hace honor a su segundo apellido: luce Vital y las tres coronas de rey del acordeón lo hacen caminar con pies de plomo y palabras magistrales, cada una de ellas siendo una lección de vida, un consejo para las nuevas generaciones o incluso para quienes pese a ser mayores no han logrado el camino correcto.
Es un hombre de fe las 24 horas del día y a Valledupar la considera como “el templo de mi vida” y eso se debe, en sus palabras, a que “para mi es la ciudad de Dios, es donde cuento con la mayor fanaticada y la voz del pueblo es la voz de Dios. Aquí sí valoran lo que soy, el pueblo me valora”.
Alfredo es reconocido como ‘El rebelde del acordeón’ y es debido a que lidera una posición que levanta ampollas y antipatías, por defender al vallenato, además con su instrumento ha hecho lo que en la música ha querido, como crear nuevos ritmos, integrar agrupaciones como Los Corraleros de Majagual, desde la cual puso a sonar melodías que invitan al baile, siendo claro en algo: “es música de acordeón y nunca dije que eso fuera vallenato”.
Ha sobrevivido a los desaires, los ataques de sus colegas e incluso a una isquemia cerebral de la que muchos dijeron lo aplacaría, lo tiraría en cama y sería el inicio de su final, sin embargo, Alfredo sigue tan intacto como los pitos de su acordeón. “Me considero un protegido de mi tocayo Jesucristo, es Él quien me ha mantenido vigente en el cariño de la gente, pese a que ha salido tanta gente buena ahora”.
De niño pintaba lo que era
Alfredo Gutiérrez es dueño de una magia natural, de una gracia “que viene de Dios”, sin embargo, dice que la alegría la hereda de su madre, mientras que de su padre declara haber heredado las frases poéticas, de ahí que la mujer esté presente como su musa. “La mujer es inspiración de grandes obras, empezando por la Virgen María”, menciona.
La niñez no fue una etapa fácil para él, aunque feliz. Con su papá cantó en los buses de Barranquilla y Bogotá, para recaudar dinero que le ayudara a su viejo en una intervención quirúrgica de un cáncer cutáneo. “Íbamos a la Universidad Nacional y le amenizaba el almuerzo a los estudiantes costeños, y ellos me daban moneditas, dinero, para comprarle la medicina a mi papá”, recuerda.
Estando en esas no se sospechaba que su futuro sería tan prometedor, como desafiante. Para entonces lo único que tenía era convicción. “Es que salí diferente a los demás, usando falsetes y me inventé eso del pasaje llanero y luego creamos con Calixto y César Castro Los Corraleros, la universidad de la música tropical en Colombia”, apunta.
De la música siempre ha vivido, incluso “desde que era analfabeta, como los viejos juglares”. Su vida académica inició después de la musical, es así como a los 14 año aprendió a escribir y leer, edad a la cual ya había grabado ‘La paloma guarumera’. La primera palabra que leyó fue ignoto y entonces se puso como meta no ser el significado de ella. “Una vez le dije al maestro Lucho Bermúdez que quería aprender a leer pentagramas de música y él me dijo: ¿Ves la orquesta mía? Esos músicos para tocar deben tener la partitura ahí, en cambio tú coges ese acordeón y te inventas melodías. Mejor quédate así, que ese es un don que Dios te dio”, rememora.
Tentaciones y Diomedes
La premisa de Alfredo es que la música es de Dios y para sustentarlo evoca al Rey David, entonces de su cosecha de genialidad saca una comparación y sostiene que a los músicos el maligno pretende sumergirlos en perdiciones como la droga y el alcohol, “porque siente envidia, porque va contra todo lo que agrada a Dios”.
Y es cierto, de las tentaciones nadie se escapa, ni teniendo a Dios en la boca. A Gutiérrez también lo tentaron, por ejemplo, en la bonanza marimbera, “cuando a los artistas les ponían mujeres, cigarros de marihuana y cocaína en tazas, para llevarlos a perder, pero tuve esos pensamientos bíblicos y dije: aléjate demonio”.
No se declara santo, pero arguye que nunca nadie podrá decir que lo vio fumando cigarrillo, aunque solía tomarse una o dos copas antes de las presentaciones, “pero el licor recalienta las cuerdas y me daba cuenta que al día siguiente la voz no era igual, perdía brillo, por eso lo dejé”.
Con su acordeón ha acompañado a grandes voces del vallenato, sin embargo, se quedó con el anhelo de grabar con Diomedes Díaz. “Nuestro deseo era grabar juntos, pero por cuestiones no se dio la oportunidad. Los días que estábamos decididos y que íbamos a cuadrar fecha, llega la funesta noticia de su muerte. Dios es el que marca los caminos, entonces esa fue la voluntad de Dios”, habla Alfredo.
Gutiérrez se suma a quienes dicen que Diomedes era el más grande del vallenato, como cantante y como compositor, de ahí que lamenta que figuras como él y como Joe Arroyo cayeran ante las tentaciones que da la fama. De ‘El Cacique’ de La Junta señala que: “Si se hubiera cuidado Diomedes, sería en estos momentos ídolo en el mundo”.
Rebelde de tres coronas
De ser un plebeyo pasó a ceñirse tres veces la corona de rey del acordeón, en Valledupar, la casa de la música vallenata. Ya convertido en rey, no quiso que lo volvieran a mirar como uno más del montón, pero aunque suene a orgulloso en realidad lo que está es asumiendo el papel de un representante del género musical y de todos quienes lo integran. Siendo más directo, se negó a volver al club social de la ciudad y a recibir solo ron blanco como pago por largas jornadas de parranda, para alegrar a organizadores de certamen musical alguno; en consecuencia, para él, ni más coronas, ni homenajes.
“A los participantes en el Festival los llevaban al Club Valledupar a que tocaran gratis en las parrandas y nada más le daban trago, ni siquiera wiski, ron blanco, y eso lo veía como un desprecio, por eso lo critiqué y como tuve la suerte de que desde que salí en mi carrera artística los medios siempre estaban pendientes de lo que yo dijera, era noticia de primera plana, entonces todo eso lo dije, de ahí que me gané la antipatía de los organizadores y usted se dará cuenta de que ellos arman su espectáculo, contratan a todos, menos a este pecho”, expone Alfredo Gutiérrez.
De hecho, se considera un hombre al servicio de sus colegas, por eso junto a su hija tiene un grupo de abogados que se encarga de proteger sus derechos autorales, aunque reconoce a fondo que “en el género vallenato es donde hay más envidia y es el gremio musical menos unido” y eso, a su juicio de razón, lo liga con “la falta de preparación, de comunicación con Dios y el desorden espiritual”.
Alfredo sabe que cada cosa que diga genera heridas, que cada palabra suya queda en el oído como si fuera una nota de su acordeón, pero nada le importa. “Como no soy hipócrita digo las cosas en la cara y el ser humano no está preparado para eso, prefiere que uno mienta, que le digan lisonja, en cambio yo digo lo que está mal”.
Así es Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, al que le hace feliz moverse al ritmo de la conjugación del porro y la cumbia, como lo hacía su madre, y del estilo vallenato originario del municipio de La Paz, donde tocaba su papá con sus primos los hermanos López. Este rebelde, con mucha causa, tendrá una figura en cera en el Centro Cultural y de Convenciones de la Música Vallenata, CCMV, que construye el Gobierno del Cesar en Valledupar. Ahí se conocerá mucho más sobre este hombre que se atrevió, incluso, a grabar vallenato en violín, convencido de que sonaría en los aeropuertos y oficinas en cualquier país del mundo.
Por
Jorge Laporte Restrepo