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*En el Parque de la Vida se adelantará el acto de conmemoración ‘Siete vidas, una memoria’, exigiendo que pronto pueda conocerse el paradero de los 7 muchachos del CTI.

 

 

*La desaparición ocurrió por acciones del Bloque Norte de las Autodefensas, tras hechos ocurridos el 9 de marzo del 2000, en el municipio de La Paz. Las familias siguen sin conocer el paradero de los restos de sus seres queridos.

 

Se cumplen 25 años con el mismo clamor, dolor e impotencia. Mientras cumplían su misión, los agentes del CTI de la Fiscalía Edilberto Linares Correa, Carlos Arturo Ibarra Bernal, Hugo Quintero Solano, Danilo Carrera Aguancha, Mario Abel Anillo Trocha, Israel Roca Martínez y Jaime Elías Barros Ovalle fueron desaparecidos por hombres del Bloque Norte de las Autodefensas, el 9 de marzo de 2000, en zona rural del municipio de La Paz (Cesar).

 

Pero, la cruz de la ausencia no les pesa tanto, como sí lo hace el dolor de que pasadas dos décadas y media todavía no se sepa del paradero de sus restos. Los paramilitares mantienen contra estas 7 familias una condena de no poder llorar sobre la tumba de sus seres queridos, por eso el Gobierno del Cesar los acompaña a pedir justicia, verdad y reparación hasta encontrarlos.

 

A través de la iniciativa de la Oficina Asesora de Paz, denominada ‘Siete vidas, una memoria’, se rendirá homenaje a los 7 agentes del CTI, en el Parque de la Vida, en Valledupar, a partir de las 5:00 p.m. de este lunes 10 de marzo, con una eucaristía, siembra de 7 árboles y otros actos de recuerdo, con el propósito de demostrar que ‘Los Muchachos’ nunca serán olvidados.

 

“Consideramos que este acto simbólico no solo honrará la memoria de los desaparecidos, sino que también contribuirá al cuidado del ambiente, a la dignificación de las víctimas, a la reafirmación de la verdad, a la construcción de una conciencia colectiva, al fortalecimiento de la justicia y la reparación, a la no repetición, y a la promoción de los valores democráticos, además de fomentar espacios de reflexión y reconciliación en nuestra comunidad”, sostuvo la asesora de Paz del Gobierno del Cesar, Juana del Carmen Pacheco Sotto.

 

¡Olvido, jamás!

 

Las familias de los 7 muchachos, como se le conoce a este grupo de técnicos investigadores del CTI, hacen todos los esfuerzos cada día para mantener vivas sus memorias, como le ocurre a Marina Martínez Gutiérrez, madre de Israel Alberto Aroca Martínez.

 

“No tengo cuando olvidar a mi hijo, lo tengo siempre presente. Para morir en paz quisiera que me entregaran sus huesitos. Si ese día llega, va a ser la satisfacción más grande para mí, porque allá, en el pueblo donde vivo, tengo una bóveda con la esperanza de guardar los huesitos de Israel, allí, junto a los míos”, relata Marina, con su voz entre cortada, pero con la misma firmeza que ha tenido su petición durante estos 25 años.



Héctor Eduardo Roca, hermano de Israel, por algunos momentos confiesa que nunca imaginó que le tocara vivir esto. “Al principio, fue una situación que nunca pensamos que nos podía suceder. Digamos que fueron cinco o siete años muy difíciles, pero a medida que va pasando el tiempo, a pesar de que es algo que no se olvida, ni un solo instante, uno va aprendiendo a asumir todas las situaciones”, señala.

 

Héctor también cuenta cómo la incertidumbre se apodera de ellos en muchas ocasiones, especialmente, cada vez que tienen conocimiento de que se hará una nueva búsqueda de los restos. Y es que, desde entonces, las familias de los ‘muchachos’ han conocido múltiples versiones sobre lo sucedido aquel 9 de marzo del 2000, cuando los investigadores se desplazaban a Minguillo, corregimiento de La Paz, para realizar la exhumación del cuerpo de un hombre vendedor de paletas que había desaparecido desde el año 1999.

 

En un inicio, los familiares, las autoridades y la opinión pública pensaban que se trataba de un secuestro, luego, fue pasando el tiempo y se empezó a hablar de un hecho de desaparición forzada. Años más tarde, con la desmovilización de los paramilitares, durante el proceso de Justicia y Paz, algunos declararon que los habían tirado al Río Cesar, que los habían incinerado o que los habían enterrado a orillas del río, sin embargo, ninguna versión, hasta hoy, ha servido para encontrar los restos.

 

Estefanía Hinojosa Anillo, sobrina de Mario Abel Anillo, relata que creció viendo a sus abuelos dormir con ropa puesta, esperando la llamada con la noticia de que los habían encontrado, vivos o muertos. La joven, dice que le duele pensar que sus abuelos murieron luchando por obtener respuestas, partieron sin tener un lugar para ir a llorar a su hijo o para ir a desahogarse, a contarle todo lo que pasó después de que se fue.

 

Para ella, este proceso ha sido una lucha constante que ha pasado de generación en generación. Olga, su madre, heredó de sus abuelos la fuerza y valentía que han sido un aliciente para no desfallecer en el intento de obtener respuestas sobre lo sucedido con su tío Mario y el resto de sus compañeros, y ahora ella, ha tomado también esa valentía transmitida por su madre para seguir firme en la búsqueda de la verdad.

 

“Lo que no nos mata, nos hace más fuertes”, es lo primero que dice Olga al pensar en lo que han sido estos 25 años sin su hermano Mario. También afirma que no pierden la esperanza de encontrar los restos, incluso, dice estar segura de que ahora sí obtendrán el resultado esperado, gracias al proceso que se está llevando a través de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) y al acompañamiento que se les está brindando desde la Oficina Asesora de Paz del Cesar.

 

De los siete nació una sola familia

 

En el tiempo en que sucedió este atroz hecho, los familiares de los agentes no se conocían entre sí, pero el destino, el dolor, la incesante búsqueda y lo difícil de las circunstancias los llevó a construir una sola familia, durante estos 25 años han compartido muchos momentos, se apoyan, se preocupan los unos por los otros y se dan ánimos para no desfallecer, ni perder las esperanzas de algún día encontrar los restos de sus seres queridos.



Muchos podrán decir que luego de la pérdida de un ser amado se hace un duelo y es posible continuar con la vida, pero cuando en torno a la pérdida hay primero, una esperanza de un desenlace feliz y luego una interminable incertidumbre, como ha pasado en este caso, las preguntas sin respuestas son un peso en el corazón muy difícil de sostener por parte de quienes viven el duelo.

 

Es el caso de Enna Margarita Carrillo Quiroz y Rosa Cecilia Osorio Calderón, esposas de Edilberto Linares y de Danilo Cerrara, respectivamente. Estas dos mujeres tienen en común no solo haber perdido a sus parejas, también las une el hecho de haber logrado sacar adelante a sus hijos en medio del dolor, la angustia y la incertidumbre.

 

“Se me pone el corazón chiquitico cuando llega el mes de marzo”, dice Enna Carillo, esposa de Edilberto. Para ella y sus dos hijos, marzo es un mes lleno de tristeza, recuerdos y emociones encontradas. Enna cuenta que cuando se llevaron a su esposo ella tenía la esperanza de que volviera, pero luego de 25 años afirma que “no hay cosa que mate más que la incertidumbre por saber cómo y por qué los mataron, qué les hicieron en realidad”.

 

Para Rosa Cecilia, esposa de Danilo, la vida también ha tenido que continuar sin todas esas respuestas, tuvo que continuar para sacar adelante a sus dos hijos, pero la pérdida de su esposo es algo que no ha podido superar.

 

“Desde el 2000, han pasado 25 años, pero para mí es como si estuviéramos todavía en ese momento. Yo hago como si mi esposo estuviera viajando. Siento que nosotros no hemos superado la pérdida de él, a pesar de que hemos hecho tanto trabajo de psicología. Estamos en el 2000 a pesar de que hemos sacado fuerzas para seguir adelante”, dice.

 

Con la misión de darle cristiana sepultura a los 7 agentes, el Gobierno del Cesar apoya la búsqueda de la verdad, que concluya con el hallazgo de los cuerpos de estos hijos, esposos, padres, tíos, al final de cuentas hijos del Cesar, hijos de Colombia.